Rodolfo Valentín y el principio de contradicción

Miércoles, 02 Diciembre 2020

Por:Valentín Medrano Peña. 

Santo Domingo.- El tribunal colegiado era el tercero. Faltaban unos cinco años para el anuncio y sufrimiento de la pandemia que bautizarían Covid19. Aquel plenario había sido objeto de muchas modificaciones en su integración en los últimos días, y aún no ocurría aquel caso que encarnaba intereses de poderosos que terminó por desmembrarlo.  

Una jueza nueva venía a constituir el tribunal, era de la escuela. Ya todos son de la escuela, con poco ejercicio y litigación desde la óptica del abogado, pero innegablemente muy preparados. 

Ya había cruzado la puerta principal y escuché el llamado de la próxima audiencia en voz del viejo alguacil de estrados, aún vivía. Yo tomé asiento de último. Me sedujo permanecer dentro el que Rodolfo Valentín sería el abogado de la defensa deponente. Siempre es un espectáculo y un aprendizaje ver litigar a Rodolfo Valentín, Manuela Ramírez, Leonardi Calcaño, Adis Burgos, Dianiris Perderó y otros nóveles defensores. 

Rodolfo Valentín es especialmente locuaz y dramático, fino, conocedor de la norma y buen litigante. 

Antes de entrar a la sala me sentí tentado a permanecer fuera hasta el llamado de mi audiencia, de la que conocía el número en el rol porque Marcos Espinosa, mi compañero de litigio me había informado más temprano, y es que afuera, Ingrid Hidalgo encabezaba una peña interesantísima de derecho penal mezclado con creatividad político criminal. No habían criterios aceptados pacíficamente, cada uno de los contertulios tenía que imponer a fuerza de razonamiento y justificaciones científicas legales sus posturas. Callé al escuchar a Félix Damián Olivares, tiene esa capacidad profesoral de hacer grato y eufónico su discurso y obligar a atencionar. El nivel de la tratativa del tema era muy elevado. Los otros integrantes de la amena plática eran Jorge Lora Castillo, Freddy Mateo, Miguel Valerio, Marino Elsevif entre otros extraordinarios juristas. 

No sé que me hizo dejar el manjar jurídico gratuitamente servido para entrar a la sala de audiencias, pero ya dentro encontré motivos para permanecer. 

Luego de la presentación de la acusación y la deposición de algunos testigos instrumentales, fue llamado el testigo estrella de la acusación, el testigo presencial de los hechos que cegaron la vida de un infeliz antisocial del barrio Capotillo. Luego de juramentado fue interrogado por el fiscal. No había querellantes, nadie reclamaba justicia y exhibía dolor familiar por el occiso. 

Ya habían transcurrido varias horas y a este juicio le habían precedido muchos otros. Hacía hambre. Se olía hambre, o quizá les suponíamos a otros lo que sentimos. Luego del interrogatorio directo, el fiscal pidió al tribunal una posposición momentánea para el almuerzo. El juez Pacheco que presidía no concedió la palabra a Rodolfo Valentín. Se ladeó hacia su derecha y dijo algo a la magistrada Arlin que asintió diciendo algo y moviendo la cabeza de arriba a abajo. -“Son las dos y media de la tarde, se ordena un receso para almorzar y continuar con el contra interrogatorio, retornamos a las tres y treinta de la tarde”-, así dijo el juez Pacheco, luego de lo que golpeó con el mallete fuertemente poniéndose de inmediato de pie. -“Todos de pies”- gritó el alguacil para anunciar la salida de los jueces y el cese de la policía de la audiencia. 

Cuando regresé a la sala, ya era próximo a las cuatro de la tarde. Marcos me informó que el tribunal subió a tiempo, dio dos recesos para que se presentará el testigo para el contra interrogatorio. El testigo presente en horas tempranas nunca apareció. Y el tribunal se vio conminado a anular su deposición anterior por ser violatoria a las reglas del contradictorio.

El resultado fue una absolución sin dolor, con mucho respeto de las garantías de derecho, sin abucheos ni cuestionamientos en redes sociales y medios. No sé si fue un acto de justicia humana, de hecho sólo me dejó la impresión de que Dios tiene su forma de mover los hilos de la justicia de la que nos creemos propietarios. 

Extraño aquellos días sin mascarillas. También extraño aquellos días en que se defendía lo que se creía con sobradas expectativas.